Influencers y coaches: Los nuevos estafadores del éxito y la felicidad

Un repaso crítico sobre los nuevos referentes urbanos que venden éxito y felicidad, pero ¿a costa de qué?

La ciudad está llena de dioses de plástico

Nueva York huele a cartón mojado, a perfume barato y a promesas incumplidas. En cada esquina hay alguien vendiéndote algo: un café aguado, un boleto de lotería, un pedazo de esperanza en formato digital. La diferencia es que antes sabíamos reconocer a los estafadores. Tenían un aspecto definido: el vendedor de relojes falsos en Times Square, el pastor evangélico en Harlem que te gritaba sobre el fin del mundo, el tipo que te susurraba “molly, weed, coke” cuando pasabas por la Séptima Avenida. Ahora los estafadores han cambiado de piel.

Los nuevos charlatanes no venden drogas ni relojes chinos. Venden felicidad. Venden éxito. Venden una versión editada de la vida que nunca podrán vivir. Son los influencers que posan frente a Lamborghinis alquilados, los coaches de vida que te enseñan a ganar millones mientras ellos deben meses de renta, los gurús del “despertar espiritual” que han convertido el mindfulness en un MLM de incienso y frases motivacionales.

Todos ellos comparten un mantra común: “Yo puedo hacerte rico, feliz y pleno… pero primero, págame.” Y nosotros, estúpidos como siempre, sacamos la tarjeta de crédito con la misma fe ciega con la que nuestros abuelos depositaban billetes en los sobres de la iglesia.

Los mesías de Instagram han reemplazado a los profetas de la televisión. Antes, la esperanza se llamaba Joel Osteen o Walter Mercado; ahora, lleva nombres como Grant Cardone, Amadeo Llados o cualquier imbécil con una cuenta de TikTok y una gorra de “hustle culture”. La diferencia es que estos nuevos pastores no prometen salvación en el cielo. Prometen riqueza inmediata, felicidad constante y abs sin esfuerzo.

El problema no es que existan. El problema es que los seguimos.

La fábrica de la ilusión: ¿Por qué seguimos cayendo?

Hemos llegado a un punto de agotamiento existencial tan profundo que cualquier fórmula mágica nos parece válida. ¿Te sientes vacío? No es porque tu trabajo es una mierda y vives en un departamento de 30 metros cuadrados por el que pagas $3,000 al mes. No. Es porque no estás manifestando suficiente gratitud en tu vida.

Bienvenido a la espiritualidad de algoritmo, donde la miseria es culpa tuya y el éxito es cuestión de mindset.

Los influencers y coaches saben que vivimos en un ciclo de frustración constante. Nos odian tanto como nos necesitan. Nos miran con desprecio porque somos la materia prima de su negocio, pero al mismo tiempo, dependen de nuestra desesperación para mantenerse a flote. Te dicen que el problema no es el sistema, que el problema eres tú. Que si eres pobre, es porque no has leído los libros adecuados, porque no te has despertado a las 5 AM, porque no has comprado su curso de $997 sobre “libertad financiera”.

Es el nuevo opio del pueblo, con menos teología y más filtros de Instagram. Y lo más jodido es que funciona. Porque la desesperación hace que cualquier migaja parezca un festín.

Nos venden una narrativa donde el esfuerzo individual lo es todo y donde el contexto social no importa. ¿Que naciste en un barrio pobre, sin acceso a educación de calidad y con un salario de mierda? No es excusa. Mira a este tipo con 200,000 seguidores que te dice que él también empezó desde abajo, aunque convenientemente omite el pequeño detalle de que su padre era CEO de una empresa de bienes raíces.

El culto a la mediocridad disfrazada de éxito

Lo más perverso de este circo es que los nuevos gurús no son expertos en nada. No han logrado nada. Su única habilidad es venderse a sí mismos como si fueran la reencarnación de Steve Jobs y Buda en una sola persona.

Un coach financiero que nunca ha manejado una empresa. Un influencer de fitness que se inyecta esteroides mientras te vende planes de entrenamiento “naturales”. Un experto en relaciones que ha pasado por tres divorcios. La contradicción es parte del negocio. No necesitas ser bueno en algo, solo necesitas que la gente crea que lo eres.

El problema es que vivimos en la era de la validación instantánea. No importa si lo que dices es cierto, solo importa que se vea bien en video. Si tienes una audiencia, tienes poder. Y si tienes poder, puedes vender cualquier cosa.

Antes, la mediocridad tenía límites. Ahora, la mediocridad se viraliza. Es por eso que tenemos legiones de tipos vendiéndote “el secreto del éxito” mientras graban videos en el estacionamiento de un McDonald’s. Es por eso que los adolescentes sueñan con ser influencers en lugar de ser astronautas, escritores o científicos. Porque han entendido lo que los demás tardamos en aceptar: ya no importa lo que hagas, solo importa cómo lo vendes.


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Solo en un mundo lleno de gente


¿Quién pagará la cuenta cuando termine la fiesta?

La burbuja va a explotar. Tiene que hacerlo. No podemos sostener este circo para siempre. El problema es que, cuando caiga, nos va a arrastrar a todos.

Ya estamos viendo los primeros síntomas:

Gente que se endeuda hasta el cuello comprando cursos de “libertad financiera” que no enseñan nada.

Chicos de 20 años con ansiedad crónica porque no han alcanzado el “éxito” antes de los 25.

Adultos atrapados en la trampa del emprendimiento forzado porque alguien les dijo que un trabajo estable es “ser esclavo del sistema”.

Nos vendieron la idea de que si no estamos ganando seis cifras antes de los 30, hemos fallado en la vida. Nos convencieron de que ser empleados es indigno, pero no nos dijeron que ser “emprendedores digitales” significaría trabajar 16 horas al día por menos del salario mínimo.

La pregunta es: ¿qué pasa cuando la gente se da cuenta de que todo esto es un fraude?

Cuando los cursos no funcionan.

Cuando el Lamborghini desaparece del fondo de las fotos.

Cuando el coach de vida se quiebra emocionalmente en un livestream y admite que su vida también es una mierda.

Ese día, alguien tendrá que pagar la cuenta. Y sospecho que no serán ellos.

Sospecho que seremos nosotros.

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